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Estas redes, similares al WiFi, parecieran estar en peligro de desconectarse ante la tala masiva y otras amenazas como el aumento de las emisiones de dióxido de carbono.

Diversas investigaciones a lo largo del tiempo han intentado descifrar esta aparente relación de hongos, plantas y la forma en que se alían para crear kilómetros de raíces que conectan a las especies vegetales entre sí y que unidos bajo tierra, cobran fuerza ante amenazas como el cambio climático. La ciencia ha tratado de explicar estos fenómenos que se perciben como similares a la red de internet o que se han ejemplificado en películas como Avatar.

Tal como se plantea en aquel filme, donde la protagonista Sigourney Weaver en su papel de la doctora Grace Augustine, asegura que hay algún tipo de comunicación electroquímica entre las raíces de los árboles , la doctora Suzanne Simard, científica en la Universidad de Columbia Británica en Vancouver, Canadá, explicó en 1997 a través de la revista Nature sobre cómo las plantas interactúan entre sí.

Según sus estudios, los bosques se convierten en complejos sistemas donde las especies intercambian nutrientes, envían señales de alerta y se relacionan con el medio.

Explica que las responsables de esta colaboración son las redes de micorrizas, es decir la simbiosis entre los hongos y las raíces de las plantas. Esta conexión, que también se conoce como la red de Hartig, permite el intercambio de nutrientes, agua y carbono con y entre las especies vegetales a las que están conectadas.

Algunos investigadores le han llamado el internet de las plantas y a pesar de la aceptación sobre la relevancia de esta interacción, la controversia comienza cuando Simard se refiere a estas conexiones como sabiduría del bosque .

En este sentido, diversos estudios han aportado más datos a esta teoría.Tamir Klein, geoquímico de la Universidad de Basilea (Suiza) demostró que algunos ejemplares de abeto europeo con más de 120 años de antigüedad en los bosques suizos traspasaban carbono a otros árboles.

El estudio publicado en la revista Science, comenzó regando las copas de los árboles con una red de tubos en los que se inyectó carbono 13, un tipo de elemento más denso que el que se encuentra normalmente en el aire. Esto nos permitió distinguirlo del material habitual y rastrear su transferencia desde las hojas, donde se realizaba la fotosíntesis, hasta que se transportaba a las ramas, los tallos y las raíces finas de los otros árboles , explica el investigador.

Posteriormente se excavo hasta llegar a la red de micorrizas y se verificó que el isótopo etiquetado había viajado desde el ejemplar marcado hasta los árboles más próximos de especies diferentes, esto permitió comprender que un bosque es más que una colección de árboles individuales.

En estos mismos bosques, el ecólogo Kevin Beiler, investigador en la Universidad de Eberswalde (Alemania), descubrió que los árboles más longevos eran los que presentaban más conexiones a través del mapeó.

Con marcadores microsatélitales de ADN se verificaron los genes de abetos y del hongo en cada punto en el que se unían las células de la raíz con las hifas. El estudio publicado en el Journal of Ecology demostró cómo las raíces de cada abeto estaban unidas a probablemente más de 1,000 especies de hongos micorrícicos , comentó a la agencia española Sinc.